La muerte de su madre abrió un horizonte inesperado para Florencia Lira, y la conectó casi cósmicamente con Gabriela Mistral, a quien no había leído. Por primera vez después de todos los experimentos predecesores donde combinó electrónica con voces, ella se instala en el canto y la guitarra acústica como herramientas principales. Y en un inusual proceso de investigación elige al azar poemas mistralianos de diversos libros, que hablan de una mujer frente a la vejez, frente a los niños, frente a la naturaleza o frente al amor que no prospera. Así logra bellas canciones nuevas, donde la Nobel de Literatura de 1945 aporta la letra y la cantautora pone la música y la voz. La caminante, título que se desprende del poema "La que camina", del libro Lagar (1954), aparece como una curatoría no metodológica desde el ángulo folk, aunque con matices de psicodelia gracias a músicos productores como Felipe Cadenasso y Cristóbal Menares. —Iñigo Díaz